Como casi siempre que me proponen algo, la respuesta fue "me apunto". Subirse al monte, prometedor plan para un domingo de Septiembre. Nada como un poco de campo para relajarse y coger energías de cara a los rigores de la semana urbana. A medida que se desvelaban los entresijos del viaje, la cosa se pone dura. ¿Monte? No, montaña: el pico Almanzor, 2592 metros de granito en la sierra de Gredos. ¿Paseo? Nada de eso: cinco horas de zapato hasta la cumbre... al menos podremos dormir bien, ¿no? Pero bueno, ¿estamos tontos? Son dos horas en coche desde la lobera y hay que aprovechar el día, así que partimos a las seis de la mañana. Tras recibir las noticias me rasco la cabeza, dubitativo. Cuando suena el despertador me dan ganas de estamparlo.
Hoyos del Espino nos recibe con excelente café y botella de vino en envase de La Casera. Viva el reciclaje y los envases ligeros. Desde ahí hasta la plataforma, un breve recorrido en el que la densidad de vegetación sufre una espectacular mengua, y la cuadrilla ya está lista: varios karatekas, un par de yogis en ciernes y un cánido en vaqueros. La madre de todas las expediciones de montaña. Distribuidas las provisiones, los bastones y la ropa de abrigo, enfilamos hacia el objetivo por una senda perfectamente marcada... de la que no tardamos ni diez minutos en despistarnos. Las cosas del palique. Y de esa hierba tan blandita que nos atrae cual sirena canora. Pero tenemos una misión y comenzamos la subida en serio, atravesando accidentes orográficos de los que sólo conoceré el nombre días después: un río, el Pozás, en el que se deja atrás el perfil más suave de la primera parte del ascenso, que aprieta durante media hora hasta coronar a unos 2200 metros en los Barrerones, donde una cabra muy ufana nos ofrece su mejor perfil. Parte de la manada socializa con el bichejo, concluyendo que las cabras tienen ojos de avispa; por mi parte busco la parte inferior de mi mandíbula, que cedió al contemplar el espectáculo del Circo de Gredos. ¿Saben aquello del marco incomparable? Pues el que tenía la cabra en cuestión: el premio por terminar esta primera parte es un mirador natural desde el que contemplar íntegro el mellado perfil de la zona más alta del Sistema Central, amén de la Laguna Grande. Unos traguitos al vino casero/Casera y a descender hacia la sombra del valle.
La aparente cercanía de la laguna revela una verdad del tránsito por zonas escarpadas: las distancias son (muy) engañosas. Parece que está al lado, pero nos lleva una hora llegar a la orilla del agua. Aún así, vamos aproximadamente media hora por debajo de las estimaciones, por lo que se impone un premio... ¿y qué mejor que un reparador baño en aguas de origen glaciar? Creo que he visto a una rana con traje de neopreno, así que no puede estar tan fría. Arrojamos al agua un chorizo ibérico que se convierte en lonchas nada más tocar la superficie. Confirmadas las sospechas, nos lanzamos de cabeza y que sea una muerte rápida. Pero el mágico efecto vigorizante del agua fría obra el milagro y, lejos de restarnos fuerzas, nos hace retomar con mejor humor y aún más ímpetu la misión. Dejando a la derecha el refugio Elola, con capacidad para más de cuarenta personas y reservado con muchos meses de antelación, nos guiamos por los indicadores y enfilamos hacia el Almanzor en un inicio suave y mullido, como el valle por el que acabamos de transitar.
No tarda demasiado en cambiar el panorama: el terreno se empina y aparecen las primeras rampas duras, hasta que nos encontramos en la ladera misma del mastodonte. Las enaguas del Almanzor están totalmente descosidas, los glaciares han atacado con saña a la montaña y me la han dejado manga por hombro: qué poco sentido del orden tiene la erosión. Bloques graníticos como casas que se van haciendo más pequeños a medida que aumenta la altura. A pesar de ser una cumbre accesible a pie, el Almanzor también tiene sus peligros: cada vez hay más material suelto y es más peligroso avanzar. En el último tercio de la subida el suelo está cubierto por una inestable masa de piedras y polvo en la que resulta fácil resbalar. Ya sea por coraje o por ignorancia, ningún miembro del equipo flaquea y todos subimos a una, compartiendo ánimos con el resto de intrépidos que nos encontramos por el camino. Menos mal que las escaleras mecánicas están cerca. Y a todo esto, una niebla bastante densa se enrosca en el circo y barrunta un descenso harto complicado. Ante la posibilidad de merendar nubes, ponemos la cintura en modo collado y atacamos los últimos metros de ascensión, que se revelan especialmente duros: granito cortado a bisturí, es la única parte en la que realmente ha sido necesario escalar. El grupo de divide y no sabemos muy bien por dónde, pero el caso es que conseguimos hacer cumbre... ¡recontra, qué chiquitico es esto! Cuando se piensa en cumbres, normalmente imaginamos una planicie de tamaño suficiente como para edificar un templo a deidades pretemporales...o al menos poder sentarse. La cumbre el Almanzor es como un estudio en el centro: apenas caben dos personas apretujados, pero menudas vistas. Tras la subida, subidón: estar aquí arriba es una sensación que el lenguaje sólo desvirtuaría. La manada sonríe, hermanada en el esfuerzo. Sakura Take Kan. El dojo representa... ¿y ahora cómo coño bajamos de aquí?
Tras unos instantes de duda inicial, cogimos la buena y derechos hacia la laguna. Tardamos en bajar tanto como en subir, pero la recompensa a los rigores del día fue mayúscula: segundo baño en la Laguna Grande por el bien de nuestro castigadísimo tren inferior, y ágape junto a la orilla en el que no faltaron ni el sol, ni el Rioja, ni los dulces caseros... ¡hasta café con leche y orujo! ¿El mejor plato? La compañía. ¿Detalles? Un extraño descubrimiento: las cabras no comen cualquier cosa. Ese día vi a a una rechazar una pieza de bollería industrial. Ojo al dato. El regreso a la plataforma a paso ligero, obligados primero por el granizo y después por la lluvia. Hora y media chupando agua en un páramo avulense y al llegar al coche todo eran sonrisas. 12 horas, 18 kilómetros después. Y casi me quedo en la cama. Que vengan muchos así. Montes... y Domingos.
¿Qué sonaba? Rodríguez - Cold Fact (Sussex, 1970)
2 comentarios:
Vaya, últimamente estamos por subir a la cima del mundo! Me voy con una excelsa visita al Almanzaor pero sin vuestras agujetas. Una pena...ese dolor es una grata recompensa al esfuerzo.
Yo tb tendré qu dejar el esgúince en alguna montaña.
Lo picos bercianos te esperan
Maravilloso post, muy bien detallado, con esas peripecias por Gredos, me habeis puesto los dientes largos. Yo sólo llegué hasta los 2200 metros del mirador del Circo de Gredos en el 2005. Da auténtico repelús lo de la niebla...
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