El camino de hojas amarillas

Domingo. Estado general: griposo. Día y medio convaleciente, abotargado en el sofá, sin que mi cabeza parezca capaz de decidirse entre el sueño y la vigilia. No es el mejor plan de fin de semana en El Bierzo, así que a riesgo de pasarme encamado otros dos días, aprovecho las últimas horas de luz y me voy de paseo por la rivera del río Meruelo en compañía de una ninja y un can de morro chato.

La grandeza de Ponferrada: dos minutos y estás en el campo. Campo, campo. Ni un ruido aparte del lento discurrir de las aguas y algún que otro perro nervioso ladrando a los paseantes; sólo los muros de las huertas recuerdan lo cercano de un núcleo urbano. Dicen que el otoño es la época del pecho, de los pulmones, que por eso hay que salir a pasear, pues después resulta más sencillo afrontar los rigores del invierno. También es la época en la que el Bierzo se transforma en un empedrado camino hacia Oz, un gigantesco crisol en el que la alquimia natural crea oro orgánico y convierte árboles, matorrales y arbustos en fuegos fríos, verde húmedo en incandescente amarillo. Las hojas son, a estas alturas, apenas cadáveres aferrados a una osamenta que pronto se mostrará descarnada. Pero antes de desaparecer, brillan, sincronizan, alinean sus colores, lanzan un último saludo a todos sus hijos, una última oportunidad de deleite previa al gris, los líquenes, las heladas.

Aquí, como casi en cualquier lugar, el otoño es mejor si disfrutas con el arte que nos regala nuestra Madre. Aquello de echarse al monte, abrir los pulmones, coger una buena sudada caminando entre canales, huertas y sendas poco transitadas. Y robar unas manzanas Verde Doncella minúsculas, deliciosamente ácidas. ¿Sabes que el tiempo siempre cambia cuando la luna está en cuarto? Las cosas que se aprenden charlando con los lugareños. Al volver a la civilización, bebida caliente de las que reconfortan en terraza con vistas al casco antiguo. La sociedad, a veces, también tiene su punto.

¿Qué sonaba? Skream - Skream! (Tempa, 2006)

1 comentario:

KIMONO dijo...

Me chiflan estos relatos lírico-decriptivos. Menos mal que el huerto de las Verde Doncellas (mira que me gusta este nombre y sus connotaciones)está abandonado. Con el espigueo mi frutero ha estado lleno unas cuantas semanas. Y el placer de comer unas manzanas robadas!
Ahora las viñas se están tiñiendo de rojo caldera y las setas surgen del suelo húmedo y tibio. Os vuelvo a invitar. SIN CATARRO, POR FAVOR