El Cincho, cumbre de Las Siete Villas

Salimos de la guarida a media mañana, leves restos del perfume del estramonio aún perceptibles en el ambiente. Hacia arriba, el camino de Las Ánimas, con su ermita coronada por la inscripción que tantas veces me repitieron mi padre y mi abuela: "Para ir al cielo sólo hay un camino, la santa cruz del redentor divino". Supongo que por entonces no se estilaban las agencias de viaje. Nosotros seguiremos una ruta diferente para intestar más cerca de las nubes, sin acciones pías ni aviones de por medio, sólo a base de zapato. Nos dirigimos hacia el monte Cincho, 250 metros de piedra y tierra cubiertas por el famoso sotobosque de Félix, a medio camino entre las montañas y el mar. Pasé todos los veranos de mi infancia contemplando esta silueta que me parecía colosal, fascinado y aterrado al mismo tiempo por lo que ocultaba aquella ominosa, aparentemente impenetrable espesura. Los cachorros que nos acompañan tienen sensaciones parecidas: les delatan miradas expectantes escondidas tras sonrisas nerviosas.

Atravesamos la Mies de Hoz, un pequeño oasis llano y fértil en esta orografía plagada de desniveles. Antaño fue la huerta de Isla, hoy imperan los maizales, el pasto y el vallico. Pero aún quedan parcelas en las que medran pimientos, troncheras, cebollas y papas. Un vecino recoge tubérculos con el sombrero de paja calado hasta las cejas, convertido en una suerte de V invertida. "Apañar patatas" (expresión isleña) es pésimo para la espalda. Saludamos y continuamos ruta hacia los límites del bosque, comenzando la ascensión hacia Arnuero, centro político de la comarca e inicio de la ascensión. Animados por Marcos, el benjamín de la cuadrilla, optamos por la vertiente oeste, más rápida y dura. Eucaliptos, cabras y perros parcelarios, pero Lucas ni se inmuta. Debe ser el cachorro de Boxer con más temple que he conocido. Siete meses y tienes más paz interior que muchos yoghis de setenta años. Los perros nunca dejan de sorprenderme. El resto de la compañía intenta no pisarle las patas: anda un poco despistado y sus constantes husmeos le colocan en posiciones comprometidas a cada minuto.

Primeros resoplidos; la subida está jodida. Hay tramos del 43% de desnivel, que no está nada mal para un monte. No tenemos agua pero nos sobran ganas de coronar. Los ecasos huecos con perspectiva se abren a Bareyo y Ajo. Encinas, madroños y laureles conforman la vegetación, apoyada en una densa alfombra de aligustres, aladiernos y zarzaparrillas. Como casi todos los montes que conozco, el Hano (nombre oficial del Cincho) es un polvorín al que no le vendría mal un afeitado. Abundan las enredaderas y arbustos secos, una maraña impenetrable que hace difícil abandonar la senda. Si estuviera más limpio sería un paraíso para las setas... si los jabalíes dejasen alguna, claro. A todo esto, ya hace rato que hemos roto a sudar y se impone el sálvese quien pueda: casi mejor nos vemos arriba. Sorprendemos a una preciosa ardilla rojiza mascando ago, sale disparada en cuanto nos intuye. De las ginetas, musarañas y zorros ni rastro; no destacamos por nuestro sigilo y, ardilla aparte, sólo el canto del cuco revela que este es un monte vivo

En la cumbre, la panorámica que adorna el encabezado. El bosque sigue siendo muy denso, el suelo menos rocoso, y en un claro que no parece muy natural se eleva un excelente mirador de mortero que nos sitúa por encima del nivel de la vegetación. La compañía recupera el fuelle, las sonrisas ya no contienen traza alguna de nerviosismo. En días soleados puede verse Bilbao, o al menos la costa de Vizcaya. Como hoy nos ha salido un poco nublado, nos conformamos con otear Santander, a unos treinta kilómetros. El mirador está sorprendentemente concurrido, así que me monto una de guía turístico y le saco partido a mi dedo índice. "Allá el cabo de ajo, un poco más cerca Isla y cabo Quejo. Cruzando la marisma del Joyel, Soano y el monstruo en que se ha convertido Noja; Dueñas, Castillo y la carretera hacia Argoños y Santoña, más marismas... y Escalante, un pueblo que merece la pena visitar, sobre todo coincidiendo con las fiestas patronales: el año pasado, Barón Rojo (¡bien!); este, Los Inhumanos (¿ein?)". Como siempre, me disperso y termino diciendo sandeces de esta clase, así que enfilamos hacia la cara este para comenzar el descenso, más suave y largo, pensando ya en las otras bonanzas que nos reserva el día: una par de horas de playa y comida para familia y amigos a base de nécoras, fabada casera, pasteles artesanos y diversos licores artesanos también. Las copitas, "oficiales" con etiqueta e impuestos, pero muy ricas también. Normal que me prive esta tierra, ¿no?

Os dejo con un vídeo grabado una semana antes desde el mirador.



¿Qué sonaba? Jay Reatard - Matador Singles '08 (Matador, 2008)

1 comentario:

Mónica Ezquerra Gutiérrez dijo...

cómo nos nos va gustar la tierruca.
Pero con mis "santas" (tetas , por supuesto, que soy fémina) no he coronado.
Lo pospongo hasta la recogida de las frutas prohibidas