Karate a Muerte en Candelario

Arribamos al espacio natural La Dehesa (Aula en la Naturaleza) a media tarde, tras un breve y agradable viaje que nos ha llevado desde las puertas de Sakura Take Kan a Candelario. El marco es fantástico: robledal, montañas nevadas, poderosos cursos de agua, fuentes y acequias, varias dependencias en las que habitaremos durante los próximos días (refugio, cocinas, comedor) y amplio espacio con abundante desnivel en el que plantar las tiendas. Tras pasar unas horas organizando la acampada, nos premian con una bajada al pueblo en la que visitaremos el Bar Tolo y otros míticos de la localidad, bebiendo buen vino embocado y probando pinchos variados: papas meneás, torreznos, queso, chorizo, calamares... hay que cargar pilas para la jornada de mañana y los rigores nocturnos de la serranía. Noche de anticipación, cantos de aves nocturnas y yaps-yaps de zorro; el frío y el sueño discontinuo hacen desear la llegada del alba.

La mañana del domingo comenzará con preparativos para desayuno y comida, y tareas de rehabilitación del entorno hasta que llegue el momento de marchar hacia las cumbres. Se nos unen los últimos rezagados y comenzamos la ascensión, siguiendo pistas forestales y cortafuegos hasta llegar al nivel de la nieve. Allí, pequeño descanso antes de proseguir la marcha, que continuará a pie desnudo el resto del ascenso y de regreso. La marcha da tiempo para charlar y también para meditar, entrar en contacto con las entrañas de la tierra y la montaña, expandirse ante la grandeza de nuestro mundo. Luce un sol grandioso que acaricia con sus rayos. Me llama la atención la escasez de aves (los malditos pesticidas...), y aunque la fauna salvaje es esquiva sus huellas son visibles por doquier para el observador. De regreso al campamento tras un vertiginoso descenso ("sube la montaña como un viejo, bájala como un niño"), aún queda un último ritual antes de concluir la mañana: el río, la cascada. El tiempo nos acompaña y la inmersión no resulta tan terrible como esperaba, pero el agua es un fluido afilado.en mis muslos. Momento perfecto de gran hermandad y camaradería, y qué maravillosa sensación es caminar como Adán por estos montes, pisar las hojas secas con los pies descalzos, sentir el musgo, el aire, el sol en la piel. Pero no hay mucho tiempo para solazarse pues nos esperan los pucheros.

Siguen sumándose miembros a la familia durante la hora de la comida, y tras un breve descanso (con meditación de por medio) acometemos la segunda sesión del día, esta dedicada al Kobudo, milenario arte de las armas desarrollado por los campesinos japoneses cuando el Imperio prohibió portar armamento tradicional. Fue entonces cuando palos, remos, picas y cuerdas se convirtieron en herramientas de defensa contra bandidos y asesinos. Bo, Nunchakos y Tonfas demuestran que queda mucho trabajo por delante, a menos para el que esto suscribe. Como bien dice nuestro Sensei: "toda una vida". Cae el sol y saludamos a los maestros jóvenes y ancianos, hermanados con los árboles, el agua, la tierra, el viento. Ellos son nuestro hogar, y a ellos esperamos volver en sólo unos días, mientras dejamos a nuestros compañeros de armas con los mejores deseos para los duros días que se avecinan.

El dolor continúa. Lo mejor está, sin duda, por llegar.

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