Viernes. 140 km/h. Sin horario de actuaciones, copiloto ni itinerario definido hasta Mendizorroza, prefiero curarme en salud, jugarme los leuros y rebasar a todo el que encuentre por el camino. O a casi todos: aún yendo pasado de velocidad son muchos los que me dejan atrás. ¿Para qué existen los límites? Elemental, querido Watson: para sobrepasarlos. Con mayor motivo si está en juego ver a Bad Brains y una llamada a distancia me hace sospechar que igual no llego. Rompo el carnet de tipo cabal y a la mierda la conducción responsable: esto es Hardcore. Tumbando aguja y a punto de hacer recta la curva de entrada en Vitoria desemboco en una larguísima y rectilínea avenida en la que unos gazteiztarras muy salaos me indican el camino. Nada mejor que tener un objetivo: enfilado hasta el recinto, cinco minutos para encontrar parking y otros cinco escasos para llegar a la entrada, recoger de acreditación relámpago y situarme a escasos metros del escenario principal, donde Cheap Trick ya deslumbran... Nada mal para un festival con una asistencia estimada de 55.000 personas, ¿verdad?
Lo dicho, Cheap Trick: deslumbrantes. No se puede estar a todo en esto del Rock, y el truco fácil siempre ha pasado bajo mi detector. Pero vuelvo de Azkena con la sana intención de subsanar esta omisión en mi cultura general. ¡Vaya concierto, oiga! Precedidos por una leyenda de directos impolutos, dieron una lección de saber estar, energía y desparpajo, derrochando buen humor, grandes canciones y actitud a partes iguales, con Robin Zander pletórico de voz, Rick Nielsen disparando riffarama clase suprema y Tom Petersson epitomizando el cool. Una banda de superhéroes venidos de otra galaxia para que tus días sean más luminosos, como Kiss, como Ramones, como Funkadelic. Larga vida... ¡Ring, ring! ¡Al fin, la cuadrilla! Abrazos y reencuentros, presentaciones, saludos y besos. Todos con la misma urgencia por ver a unos rastas quincuagenarios tocando Hardcore Punk, por ver a Bad Brains. Aunque el sonido falló (tónica general en la carpa) a mi me supieron a gloria, aunque hablo desde el corazón de un punkito que saltaba con estos temas cuando era un chiquet. Objetividad cero, todo el concierto dando brincos como pollo sin cabeza: con los Reggaes (bastantes, como siempre fue norma de la casa) y el racimo de clásicos su época dorada que desempolvaron, la que va de las "ROIR Sessions" a "I Against I". ¿Y ellos? Pues mayores, claro; H.R. beatífico, limitado a los tonos bajos, Dr. Know, Darryl y Earl medio achicharrados por el volumen, algo menos revolucionados pero sonando íntegros. Bis y sombrerazo a este momento que me guardo para el baúl de recuerdos imborrables irrepetibles. Sail on!
Algo parecido cantaban Primus en su mítico "Sailing The Seas Of Cheese". Cuando todo encaja, el universo resuena con la música de las esferas, un universo poblado por astronautas como los dos enormes hinchables que flanquean a Claypool, Lalonde y Lane, astronautas de carne y hueso estos, superhéroes como los Trick pero llegados de mucho más lejos, desde más allá de los límites del Cosmos. A eso suena su repertorio, clásicos de toda su discografía interpretados con pulso rocoso por un extraterrestre trío de campanillas, antológico. Olvide aquello de "sólo para fans": congregaron en el principal a gran cantidad de fans enfervorecidos, pero también fueron muchos los neófitos convertidos a la religión tras comprobar cómo licuaban seseras mientras sonrisas amplias deformaban sus rostros al ritmo primate, por la algarabía que produce verles en gran estado de forma, aún con ganas de retorcer los ritmos y las tuercas, aún a su puta bola, dando una lección de personalidad en cada acorde. Maestros raros. Todo lo contrario que Queens Of The Stone Age, maestros normalitos con la lección aprendida: en un festival, matar desde el principio. Torrente de hits para abrir boca y calentar al personal, Homme sabe a qué juega y pilota la nave con el claro objetivo de levantar a la platea. Ninguna pega cuando tienes un repertorio de este calibre, aunque si los mejores temas provienen de un disco de hace nueve años y en las excursiones aéreas le falta recorrido a tus secuaces, algo falla. Es lo que tienen las bandas de alquiler. Y me pasa un poco esto con QOTSA: a pesar de ofrecer un concierto divertido y sonar de madre, su momento parece haber quedado atrás. Tal vez por el hecho de que dejaron de ser una banda hace tiempo (si es que alguna vez lo fueron), o quizás han sido devorados por el mito hombre-máquina que propulsó sus primeros discos: quirúrgicos siguiendo el procedimiento, incapaces de plantear nuevos retos. Efectivos, funcionales, sin alma.
Resumiendo: entre ciertos remedios contra el TDA y la pereza que me producen los Queens, llevo ratísimo hablando sobre Mingus, Chakras, terapia de pareja y otros absurdos con una psicóloga de Toledo a la que acabo de conocer. Mientras tanto, buena parte de la muchachada ahueca tras el pase de Homme y sus secuaces. Maaaaaaal negocio: os perdisteis lo mejor del segundo día. Clutch aparecieron en escena cual escuadrón de Uruk-Hai y su mastodóntico sonido desató los infiernos. Sin apenas parafernalia, toda la atención gravitaba indefectiblemente hacia la banda, aglomerado de hieratismo, poderío escénico, riffs termonucleares y crudeza bien entendida que hicieron vibrar a Mendizorroza como un solo ser. Tales fueron la ovación para los de Maryland que no pudieron escurrir el bis, rematando con un humilde "gracias, tendremos que volver pronto a tocar por aquí" y dos asteroides talla XXXL. Tras el fragor de la batalla, la nube de humo tardó varias horas en despejarse, tantas que para cuando quise darme cuenta la noche se había juntado con el día, las carpas de festival se han transformado en el casco viejo de Vitoria y los txacolís corrían como el agua. Y llegaron el vermut, y la terracita, y la comida... o casi, porque tras superar la indecisión que me genera una carta a prueba de vegetarianos la combinación insomnio + vino blanco + calor + hambre atroz me propinó un estilosísimo crochet de izquierda directo a la almendra que me dejó tendido en la lona a la cuatro de la tarde. K.O. técnico, no hay nadie al volante, Elvis ha abandonado el edificio. Los intentos de mis compañeros por reanimarme durante la siguiente hora y media resultaron infructuosos hasta que un dulce postre aportó el combustible justo para ser remolcado hasta casa, donde un cómodo sofá recibe sin quejas mi turbio sueño sin sueños...
Sábado. La escena es típica del "día después": no hay signos de vida ni movimiento, los sonidos parecen amortiguados, Hecate reina... ¿Hecate? ¡Las once y media de la noche! Salto como un resorte hacia la puerta, agarrando de milagro la mochila por el camino. Ni Band Of Horses, ni New Bomb Turks, ni Gregg Allman... me merezco una paliza por gañán. Afortunadamente, la cara de apuro me la nota hasta el taxista, que coge la directa y me deposita a la entrada de Mendizorroza a tiempo para Brian Setzer y su Rockabilly Riot. Están Slim Jim y miembros de la Big Band, están los clásicos Sun y los no menos clásicos temas de los Stray Cats, están las ganas de pasarlo bien y corear... están todos los ingredientes, pero la cosa no cuaja, y otro de los momentos culminantes del Azkena acaba en agua de borrajas. ¿Se le pasó la tuerca a Brian? Lujo para puristas, para los demás sensación de llevar subido a la misma parra desde que se reunió con Stray Cats en 2004. Decepcionado, abandono el principal para ver cómo lo hacen Whybirds en el escenario Monster. Británicos amorrados al sonido americano que tan buenos resultados da en Vitoria, faltan canciones pero tienen recorrido en los saltos sin red, y parecen tener mimbres con los que potenciar su personalidad para diferenciarse de las otras cien mil bandas que transitan la misma senda.
El que va sobrado es Paul Weller: de repertorio, personalidad, clase y gusto. Arropado por una banda engrasadísima, el Modfather es el eje en torno al que gira la dinámica de un concierto mayúsculo, rockero, sin espacio para la nostalgia, rebosante de grandes interpretaciones y mejores canciones. Las mismas que desbordan sus últimos trabajos, vertebraron su actuación en versiones mejoradas y permitieron comprobar el excepcional momento que atraviesa superada la cincuentena. Currante nato, saltó al escenario con la energía de un novel, disolviendo el escepticismo de los que ven en él un típico producto Benicassim, regalando electricidad a raudales y manejando los tempos como viejo zorro que es. ¿El músico más en forma de su generación? Visto lo visto, sí rotundo y triunfador del tercer día junto a Gregg Allman, nos dicen lenguas de confianza. Bendito sea San Weller, bendita sea la mediana edad. Una preciosidad castellana tatuada ha despertado mi curiosidad por Arizona Baby, a los conozco por la sus colaboraciones con Los Coronas. La coincidencia en horarios con Thin Lizzy hizo flaco favor a los pucelanos, que andaban derrochando desparpajo cuando sus acústicas y semibatería fueron sepultadas bajo una montaña de decibelios al salir a escena Lizzy. Para verles en un garito en cuanto se plantee la oportunidad, con mayor motivo si van de la mano de nuestro instrocombo más internacional.
Volumen brutal Thin Lizzy, decíamos, que no presagiaba nada bueno para un cierre del que esperaba poco... y me dejó satisfecho. Muy Heavys. Sutilezas las justas, decibelios a porrillo, solos jevis como guadañas, torsos desnudos y poses épicas. Muy Heavys, sí. Pero claro, ahí están esas canciones incontestables, como un "Emerald" que bien vale todo el concierto; ahí están los abuelos manteniendo el tipo y, aún más importante, disfrutando; ahí están una cuadrilla de cachorros que, lejos de ejercer de comparsas, pasan a primer plano inyectándole la dosis de sangre fresca que el espectáculo necesita; y ahí está el público, de treinta para arriba (la media del festi), extasiado al escuchar el Greatest Hits en vivo. Lo cual confirma que en el Rock no hay relevo, que se ha convertido en puro entretenimiento de masas y que como tal debemos tomarlo. Tan evanescente como las luces de la aurora boreal, su magia desaparece tras desconectar los amplis y apagar las luminaria, pero siempre queda el impulso de seguir más alto, más fuerte, buscando otro tema, otra cerveza, otro giro de cadera, otra risa, otra aventura inédita, con la esperanza de llegar al lugar en el que residen las cosas salvajes. En lo que a mi respecta, seguiré buscando esa llama que a veces se ve brillar en los garitos, los bares, las salas, los teatros, los pabellones, los festivales. La llama del Rock. ¿En Azkena 2012? Seguro. Porque aún nos llama.
Todas las imágenes © Musicsnapper y aparecen por cortesía de Last Tour International.