En la antigua China, el té constituía un elemento fundamental en la vida, tanto que un viejo proverbio lo sitúa como una de las siete necesidades diarias básicas del ser humano, junto al arroz, la leña, el aceite y la sal, entre otros. Entre las muchísimas variedas existentes, una de las más apreciadas es el té rojo procedente de la región de Pu'er, de la que toma su nombre. A diferencia del verde, el té rojo Pu-Ehr se somete a un proceso de fermentación muy largo, en algunos casos superior a cincuenta años, que lo dota de un color cobrizo carcaterístico y propiedades muy saludables. Desintoxica y depura, previene las infecciones reforzando el sistema inmune, estimula la digestión y eliminación de grasa (corporal y sanguínea) y disminuye el colesterol. Una joyita, vamos: no es extrañó que se conozca como "té de los emperadores" o "bebida de la salud".
La fermentación aporta además un color cobrizo característico y un sabor con mucha personalidad. No es uno de esos tés dulces y suaves que acarician el paladar; más bien al contrario, su gusto seco y con mucha madera suele resultar poco apetecible para los consumidores ocasionales de té, aunque acompañado por una rodajita de jengibre su gusto adquiere una complejidad deliciosa. En los mercados orientales puede encontrarse en muy diversos formatos (ladrillos, cuencos, cuadrados, discos...) y denominaciones, mientras que en occidente lo más común es encontrar hoja picada a granel, sin tratar.
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