Son muchos los tópicos que existen sobre el amor, muchos los que caen/caemos presas de la necesidad de responder a un paradigma más que a nuestras pulsiones internas. No es el caso de los personajes creados por Tanizaki, habitantes de un paisaje emocional abrupto, desnivelado, en el que la figura emocionalmente inane de Shunkin representa el pico inaccesible al que trata de trepar apasionado siervo, Sasuke. Lazarillo de un ama malcriada y caprichosa condenada a la oscuridad desde la infancia, su admiración hacia la belleza y talentos de Shunkin despiertan en él abnegación primero, pasión romántica después, trazando un complejo entramado emociones en el que sumisión y vejaciones son el combustible del que se nutre una pasión tan ciega como el objeto de la misma.
La desarmante simplicidad de esta prosa planteada a modo de crónica contrasta con la complejidad del fondo y lo narrado, un aparente via crucis en el que la noble Shunkin pisotea con gélida displicencia a Sasuke, hecho que este recibe con júbilo, redoblando su abnegación y sometimiento, construyendo una relación de poder en la que la polarización que el autor hace de los personajes (Sasuke es bueno, Shunkin mala) se desintegra en un desenlace en el que el que parece sugerir que hasta en las más profundas simas del abandono del yo se busca la satisfacción de nuestros deseos más profundos, la mayor satisfacción del ego. Amor puro, verdadero, más allá de lo físico. Y también egoismo puro, verdadero, más allá de la piedad. Un círculo completo de polos positivo y negativo, ama y vasallo, noble y plebeyo, dominador y dominado, hombre y mujer. En su propio universo, bajo sus propias reglas. Mecidos suavemente por el dulce tañido de las cuerdas de un shamishen.
La desarmante simplicidad de esta prosa planteada a modo de crónica contrasta con la complejidad del fondo y lo narrado, un aparente via crucis en el que la noble Shunkin pisotea con gélida displicencia a Sasuke, hecho que este recibe con júbilo, redoblando su abnegación y sometimiento, construyendo una relación de poder en la que la polarización que el autor hace de los personajes (Sasuke es bueno, Shunkin mala) se desintegra en un desenlace en el que el que parece sugerir que hasta en las más profundas simas del abandono del yo se busca la satisfacción de nuestros deseos más profundos, la mayor satisfacción del ego. Amor puro, verdadero, más allá de lo físico. Y también egoismo puro, verdadero, más allá de la piedad. Un círculo completo de polos positivo y negativo, ama y vasallo, noble y plebeyo, dominador y dominado, hombre y mujer. En su propio universo, bajo sus propias reglas. Mecidos suavemente por el dulce tañido de las cuerdas de un shamishen.
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