Despedida y cierre. Cuesta creerlo, pero así nos lo anuncia su nueva gira: a partir de este año, Ilegales pasan a descansar en el panteón del Rock. Ni más conciertos ni más discos, punto final para una trayectoria que ha mantenido hasta el último minuto el espíritu de combate, la filosofía de trinchera. No se trata de una reunión, sino de la última carga de un comando activo hasta la fecha, celebración de una carrera, una historia, una forma de entender el Rock incomprensible para sus coetáneos pero que sí caló entre aquellos que sentimos un calor ardiente en las tripas. La llama de la revuelta, el espíritu revolucionario, la actitud militante. La misma que les impulsó a meterle fuego a Asturias, al Madrid de la Movida y todo lo que se les cruzó por delante, desde los pagos peninsulares hasta el corazón de Méjico. Es larga esta historia, tan larga y resistente que uno ya pensaba que duraría para siempre. Pero no, no habrá seguido tras este punto, es momento de iniciar otras aventuras dando por concluida esta que a tantas y tantos nos marcó en noches llenas de copas pegajosas, decibelios e ilegalidad.
La que nos ocupa lo fue también. La madurez le llega hasta al diablo, dicen, aunque por mucho que Jorge airee que ya huele a nicho y se le vea algo más relajado que antaño, menos beligerante, continua fulminando egos con sus mordaces comentarios, sus ojos contienen peligro. No está para ostias. Tampoco la banda, Alejandro Blanco al bajo y Jaime Belaústegui a la batería, sus inseparables escuderos los últimos años de andadura, la base de un trío con el que volar el techo. Son un grupo, no hay que esperar a que calienten porque van en llamas. Pasando los cincuenta y aún en forma, una mole de casi dos metros y desafiante mirada fija en el público, sujetando una Fender Stratocaster como si se tratase del martillo de los dioses. Ese es Jorge Martínez, el coloso cuyo corazón, animal extraño, es el motor de Ilegales. Siempre fue él. Urgente, sucio, ruidoso, borrachuzo... como su música, con esos interludios extraños que motivan canciones como "La Casa del Misterio" y "Enamorados de Varsovia", implacable en "Dextroanfetamina", "Soy Un Macarra" y "El Norte Está Lleno de Frío", surrealista en "Quiero Ser Millonario", "Hombre Solitario", "La Chica del Club de Golf"; apostando por sus tres últimos discos de estudio, actitud coherente pero incapaz de eliminar la sensación de que estas canciones (nuevas y no tan nuevas) no tienen qué hacer frente al angst juvenil de sus primeros discos. ¡Ay, los fans! Cuán a menudo sería nuestra actitud un lastre para los artistas si pudiéramos colgarla de su cuello. Si sabe bien, ¿por qué cambiar la receta? Por pura necesidad vital, la misma que te obligó a componer esos temas para romper con lo establecido. Y sería hipócrita comulgar con ruedas de molino y convertirse en aquello que tanto denostabas: un conservador, un talibán, un dinosaurio.
El Rock & Roll, antítesis de la nostalgia y el orden establecido se han convertido con el tiempo en una fórmula más, repetitiva, reiterativa, destinada a satisfacer ofreciendo esencias conocidas a viejos conocidos. Endogámico, muere. Ilegales prefieren desaparecer antes que verse devorados por sus hijos, convertidos en inane karaoke de viejos tiempos revolucionarios para treintañeros en temporal huida de nuestra mediocre cotidianeidad. Jorge, Jandro y Jaime nos recuerdan cómo fue, cómo fuimos, inmolándose sobre las tablas, arrojando el cadáver al mar sin echar la vista atrás. Ilegales están muertos. A pesar de la ovación y regreso al escenario, a pesar de las miradas de agradecimiento genuino al pie del proscenio y sobre él, a pesar de lo mucho que duele. Quizás no lo parezca cuando el reprise de "Tiempos Nuevos" deje de resonar en tus oídos, pero ya no están en este mundo. Llegarán otros proyectos, otros músicos, otros sonidos... llegarán sin duda. A la espera de saber qué traerán confío en que mantendrán el espíritu, la tensión, la mordacidad; la inquisitiva mirada del joven trabajador reafirmando su individualidad bajo la lluvia en un horizonte existencial gris. Por todos los momentos vividos, gracias. Nos vemos en el norte.