Cada vez nos volvemos más sibaritas. En el primer festival musical andaluz al que asistí, el mitiquísimo Serie Z (primera edición, ¿eh?), me encontré durmiendo en un parking con suelo de gravilla y condiciones inhumanas. Para la segunda edición, el cambio nos llevó a un descampado con salido de un spaghetti de Sergio Leone. Varias años más tarde, regresamos con la lección aprendida. ¿Resultado? Donde antes tragábamos polvo e incomodidades, ahora nos encontramos en el séptimo piso de un céntrico hotel sevillano, metidos en una piscina con vistas a la Torre del Oro. Lo mismo tiene. Que será muy poco rocker, pero se llega de un contento al concierto...
Se aproxima la hora y partimos hacia la cartuja en una línea de lanzaderas habilitada especialmente. Pinta bien la cosa, pero nos topamos con la cruda realidad organizativa en cuanto ponemos el pie en La Cartuja. Hordas de Orcos nos dirigimos hacia el estadio para encontrar un enorme caos de vallas y malos accesos. Donde el Calderón fue miel sobre hojuelas, con todas las facilidades e indicaciones que exigen eventos en los que la mayoría de la concurrencia es forastera, la Cartuja ofrece alambre, colapso y desorganización a prueba de festivaleros avezados. Los voluntarios no están identificados, es imposible quedar porque no sabes dónde estás, y encontrar la puerta de entrada a la primera es una tarea hercúlea, la tal es la confusión. ¿Conclusión? Suspenso absoluto a la organización.
La cosa cambia cuando entramos en el estadio: bulle la excitación, los orcos se/nos ubicamos mientras unos resultones teloneros llevan a cabo la honorable pero ingrata tarea de telonear a los australianos. Los ímpetus de un compa nos empujan hacia abajo, y en apenas dos segundos hemos "cambiado" nuestro cómodo asiento de grada por el jaleo del foso. Así es como hay que ver a AC/DC, tiene usted razón, Juanico. A veinte metros escasos del escenario, la locomotora casi nos parte los morros en su explosiva aparición, y ya está ahí el quinteto de oro repartiendo felicidad. A partir de aquí delirio, júbilo, algarabía, disloque pélvico, air guitar, pelos como escarpias, gritos, coros, abrazos, saltos. Ahí están, con la edad de tu padre y haciendo que 50.000 almas vibren como una sola; convirtiendo sus tópicas letras en himnos generacionales, celebraciones vitales. AC/DC en concierto: aunque vengan del infierno, algo así como rozar el cielo.
Domingo por la mañana: de nuevo en la piscina, contemplando cómo Sevilla se despereza. Sol, primeros movimientos de aquell@s con los que compartimos religión, fácilmente identificables por las ojeras y las sonrisas satisfechas. El baño revitaliza, la energía nos la buscamos en un desayuno típico a base de pan tostado, jamón, aceite, tomate y excelente café. Pura vida. De eso se trata.
¿Qué sonaba? Suicide ~ Suicide (Red Star, 1977)
Puedes escuchar este disco en SPOTIFY
4 comentarios:
La vida está llena de grandes eventos como ver a los AC/DC y de eventos maravillosos como compartirlo con esos amigos Insuperables....
Felicidad para usted Sr. Lobo....
Yo me sumerjo en la su lobera y la del Sr Hess. AUUUU
Mon! El relámpago transporta la luz. Corriente Continua! Ojalá lleguemos a esa edad con la mitad de energía
Estas crónicas concierteras las quiero yo para los perdidos del mástil.
Entonces bien, no?, pedazo de cabrones, os envidio un poquillo... jajaja
La próxima en vuelo chárter! :DD
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